des tramo


“Las confusiones de contemporaneidades revelan la naturaleza precipitada y especulativa del conocimiento fotológico”. - Dan Hicks, 2020

El paisaje puro, prístino y sin contaminar, realmente no existe. Tan pronto como empezamos a observar, ya se está produciendo una transformación, a través de la materialización de la mirada en el espacio. Pero el espacio no es simplemente un lugar que vemos en el presente fotográfico, o un contenedor con forma definida; es siempre irregular, se encoge y se expande, se disuelve. Cuando estamos en la presencia del vestigio, lo que vemos no es el efecto alegórico de la ruina, sino un artefacto del tiempo. En “des tramo”, de Leyla Cárdenas, el destejer imágenes históricas es una forma de conocimiento fotológico que revela, según el arqueólogo Dan Hicks, “un paisaje que está compuesto de distintos lugares, los que se vuelven visibles solamente después de un intervalo de tiempo. ” Lo fotológico es un modo visual en el que la fotografía no es ni una imagen fija, ni tampoco una huella o rastro, sino un efecto sensorial continuo, todavía en curso. Pero, ¿qué es lo que vemos exactamente después de ese proceso de sublimación, a través del cual la tinta y la tela se vuelven indistinguibles entre sí al nivel molecular? El resultado final es una memoria de lugares, un archivo de dislocación, en el tiempo y el espacio.

‘El Vapor Simón Bolívar en el Magdalena’ es uno de varios grabados publicados en 1869, en el volumen “La fabulosa geografía de Colombia”, por el botánico francés Charles Saffray, un relato de un viajero europeo de sus travesías por la Nueva Granada en el siglo XIX. Estas imágenes son el punto de partida para el destejido de Cárdenas, que nos vuelve conscientes de la ideología del paisaje colonial, pero no en el sentido tradicional: la artista desenmascara el esfuerzo europeo de recrear un paisaje plano, como una cuadrícula de interpretación y explotación y así congelar el tiempo. El paisaje, sin embargo, no es una materia inerte sin fin, sino una interfaz de interacción entre la intervención humana y la naturaleza. ‘des tramo’ revela una topografía asimétrica, en la que las características geológicas, la violencia medioambiental, los rastros de ocupación humana y el territorio, forman ensamblajes complejos que no están simplemente aglomerados en capas; es un tiempo duracional, en transformación constante.

Leyla Cárdenas desteje las imágenes en dos direcciones distintas: la urdimbre vertical sostenida en el telar, como una flecha del tiempo, y la trama horizontal, estirada a través de la urdimbre, como la figura del espacio. Pero ¿cómo sabemos que el espacio es descendente y el tiempo avanza y retrocede? De hecho, no lo sabemos, pero los hilos frágiles e inestables hacen que la composición vibre, se estríe y se disuelva, hasta el punto que solamente queda al aspecto fotológico, que como elabora Hicks, “proyecta luz, descubre el paisaje, construye la memoria, genera autoconocimiento y revela la apariencia”. En este momento de reflexión, el fenómeno del cambio de dirección en la trayectoria de la luz, surge el vestigio, no como consecuencia de la disolución, sino como materia prima. Lo que Cristián Simonetti llama “sentir el pasado hacia adelante”, se vuelve experiencia vivida en este momento fugaz de confusión en el que las contemporaneidades colisionan, brillando como el río Magdalena, en una fresca mañana de 1861, cuando su superficie sedosa ocultaba muchos peligros latentes.

Y la superficie sigue siendo un sitio de operaciones fundamentales para Cárdenas: el separar las imágenes de ‘destramo’ en urdimbre y trama, que contienen el tiempo y el espacio como vectores, es una alusión a los ejes bidimensionales de la composición fotográfica, pero un tercer eje de profundidad y movimiento ya está incorporado en la percepción; la artista nos dice, “cuando retiras la primera capa del espacio, ya hay mucha profundidad”. Es precisamente esta profundidad la que evita que el vestigio, la memoria y lo fotológico se desintegren en vectores. Sin embargo, en ese momento, cuando la profundidad se materializa, en los contornos de la luz, la cuadrícula del espacio cartesiano ya ha desaparecido; estamos sumergidos hasta los tobillos en la sustancia viscosa, indeterminada y corrosiva del tiempo. Este tiempo de la memoria no tiene principio ni fin, sino que es especulativo, duracional y transformador. Pero ¿cuánto dura el tiempo? La arqueología se ha planteado esta pregunta durante dos siglos. El paisaje responde con firmeza: el tiempo es una ficción de las medidas lineales.

Arie Amaya-Akkermans